Total interferencia

POR MARCO ZORZOLI

Puede ser que seamos grandes. Seguro sea eso. Tal vez no, pero de lo que no existe duda alguna es que se manifiesta como nunca antes ese sentimiento peculiar de indiferencia. Te levantas un día y dicen que juega la selección, lo que no podes creer es como se te pudo haber pasado, un pasado entre comillas porque lo vas a ver. No te lo perdiste, pero tampoco hubo tiempo ni para generar expectativa.

La selección es inevitable. Tal es así que se siente en posición de opinar desde un conductor de un programa de cocina hasta el panelista de espectáculos. Pero ya no es así. El artificial y genial producto llamado Mundial nos confirma esto y otras cosas más. El mundial es eso que pasa mientras hinchamos desaforadamente por nuestro equipo de toda la vida. Es aquí entonces, dónde subyace la primera de las lejanías que mantenemos con el combinado nacional. Convivimos con la mediocridad de los peores torneos jamás organizados por una entidad, ante eso decidimos apoyar. A los jugadores de acá, a los terrenales que un día de estos podremos cruzar en algún lado, al equipo porque sabemos que tiene un techo y no nos queda otra que bromear e ironizar sobre la reciente Liga Profesional o el confuso formato que quieren imponer en la segunda categoría. Así se sobrevive, no queda otra.

Con la selección es diferente. Vemos que llegan los que van a jugar desde otra galaxia prácticamente. Conocimos la fortuna que se destinó a la travesía que realizó un defensor central desde Italia cual Marco Polo, para llegar al país ya que para el entrenador era de extrema necesidad contar con él. Tenemos conocimiento de todos estos hechos y ante eso no podemos hacer nada más que exigir. Dejamos de lado la ordinaria normalidad que transitamos para por lo menos una semana analizar con frialdad los rendimientos de un equipo que se asume infalible. Un análisis tendencioso y propenso a criticar a las estrellas.

Actualmente no experimentamos ni eso. Lo que se mencionó anteriormente cuadra muy bien pero es solo una anécdota. No nos acercamos ni al desprecio por deporte al que nos deparaba el innecesario sufrimiento de una eliminatoria. Todo es escepticismo. Prendo, veo cómo está la cosa, pero no me espero nada. Si sucede conviene.

En esa lamentable frase, perfecta para describir la década del derroche infundado, ha acabado la selección nacional. Un síntoma de esta descripción del estado actual no solo del equipo sino también de la Asociación del Fútbol Argentino, es la designación del director técnico. Y no es caer en facilismos acudir a este juicio por más que se haya repetido hasta el cansancio. A la selección le han dejado las sobras de un proyecto que recaló con tantas ilusiones al punto tal de generar una caída estrepitosa sin escalas.

Algunos retratan esta aflicción como consecuencia de la frustrante estadía en Rusia a cargo de Jorge Sampaoli. Lo que omiten es que esas semanas condensaron todo lo que el público viene sintiendo por la selección. De la ilusión y el trámite al desencanto inmediato, y del enamoramiento repentino a la depresión sin épica. Así como la inabarcable vida de Maradona puede contarse solo en su paso por Nápoles, aquellos días estuvieron reunidas todas las percepciones y particularidades de una selección que comenzó a ser mirada de reojo y envuelta en pagarés desde el topetazo de 2002.

Ahora parece haberse instalado la idea de la recuperación de la positividad entre los jugadores. Han vuelto la sonrisa y la buena onda junto con un Messi comprometido con la causa y con aceitar un tránsito sin demasiados inconvenientes por este suplicio denominado eliminatorias. De vuelta, la depresión sin épica. Todos le ganan a Bolivia en La Paz. Y si de sentimientos impostados hablamos, no podemos dejar pasar la evangelización que milita el periodismo con este equipo, acudiendo al relato de la camaradería y a un técnico que solo lo respalda una quimera.

Ningún tiempo fue mejor. No le vamos a dar el gusto a la nostalgia de hacernos tropezar con esa fabulosa justificación a la que nos encanta dirigirnos. Pero algo se resquebrajó y será una tarea difícil recomponerlo. El núcleo pasional se dispersó tanto que ya no es de nadie, y el intento por recuperarlo resulta forzado. La intención tampoco es dejar afuera a nadie pero increíblemente la euforia de todos los sectores que se puedan imaginar ante cada atisbo de sentimiento nacional, lo que ha hecho fue distanciar el amor que sentimos. Eduardo Sacheri advierte una paradoja primordial que se produjo en estos años: «Te bombardean con el Mundial hasta debajo de la almohada, pero al mismo tiempo el afecto por la Selección se enfría, se aleja, se disuelve».

Todo resulta efímero hace varios años y no hay evento espectacular que construya lo que justamente se encargó de devastar. Porque los jugadores aterrizan desde sus esferas de realidad impalpable para millones de argentinos para luego instalarse en otra con ubicación en Ezeiza. Juegan, se van y se acabó. Se destaca como signo de reconciliación que Messi, a diferencia de todo lo que vivió hasta ahora, se siente más cómodo jugando en la selección de Scaloni que en su amado Barcelona. En un año desolador para el astro rosarino donde se lo nota amargado y abatido, caminando por las canchas y preso de sus impulsos, notó que ni siendo el mejor jugador del planeta pudo con el poder de turno y las letras chicas. Sucede que en esa falsa actitud vigorosa de Messi también se encuentra la falta de identidad a la que necesitamos aferrarnos con un mínimo insulto del diez. Messi probablemente no actúe de esa manera la mayoría de las veces en una cancha de fútbol, como tampoco la selección argentina fue y debe ser así todo el tiempo.

 

Nada es para siempre. Nos ha tocado sufrir y mucho después de los años gloriosos. Pero lo que nunca se debe perder es el entusiasmo. ¿Cómo se recupera entonces? Con la renovación de nombres queda claro que no alcanza y menos si el equipo después de 25 partidos no concibe un concepto claro de juego. Argentina avanza a los tumbos, de la misma manera que forma el equipo Scaloni. Contra Bolivia fue figura Palacios, que jugó por la lesión de Acuña. Frente a Paraguay estuvo bien Lo Celso, que entró por la lesión de Palacios.

 

Seguramente estos apuntes no recuperen la confianza del hincha, porque al fin y al cabo lo que debe restablecerse es el amor. Ese amor que ya no es tan incondicional por razones ajenas al futbolero genuino. La selección necesita regresar al lugar de donde nunca debió haberse alejado: del fútbol. Ante tal grado de desinterés quizás se logre el efecto adverso de enamoramiento de una vez y para siempre. Después de todo, es lo único que nos queda.

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